Descubriendo joyas: La piel que brilla (1990)
28/09/2020 • Jose Eulogio R.
No hay dos niños iguales, ni tampoco dos infancias comparables. La niñez es un tiempo de descubrimiento de lo desconocido, de asombro continuo, de nuevos hallazgos, de despreocupación y alegría.
Y también es una etapa inquietante, a su manera, con un lado oscuro en donde la falta de entendimiento del mundo que nos rodea y el abrigo de los adultos sobre aquellas verdades para las que todavía éramos demasiados pequeños, hacía de nuestro reducido mundo algo misterioso y aterrador.
Las revelaciones de las que nos protegían podían ser peores que nuestros temores o podían ser pequeñas nimiedades comparadas con los horrores de nuestra fantasía.
En el especial de Descubriendo Joyas de hoy vamos a hablar de La piel que brilla.
Terror a plena luz del día
The Reflecting Skin o La piel que brilla, no es una película de terror al uso, de hecho para muchos podría ser discutible su etiqueta como tal. Pertenece a ese pequeño grupo de filmes perturbadores que apunta a la sensibilidad de determinados espectadores. En esta cinta, el terror no nace de ningún recurso convencional del género. Es necesario hacer una regresión a nuestra propia infancia y recordar como veíamos el mundo entonces. Evocar aquel lado oscuro, aquellos agujeros de conocimiento que rellenábamos de manera inconsciente con nuestra imaginación, conectando con nuestros mitos y fábulas.
La película consigue transportar al espectador a esta etapa de la vida de una manera singular e inusual. Logra la comunión de emociones entre espectadores de cualquier lugar y tiempo, a pesar de la importancia de la época y el lugar donde se ambienta el filme, ya que las emociones que traslada son universales a todo niño.
El autor, Philip Ridley, encontró la inspiración para la creación de su guion en la obra pictórica American Gothic, según el autor:
❝ Es una especie de mundo mítico de antaño, donde los hombres se parecen a Marlon Brando y Elvis Presley, y todo está ambientado en un Whitfeild en donde todo parece muy American Gothic❞.

En la mirada de un niño
Esa es la visión de Ridley, mostrarnos esa América gótica de los años cincuenta, dentro un paisaje aislado de la Idaho profunda a través de la mirada de un niño de diez años, Seth Love (Jeremy Cooper), y rodearlo de sucesos inquietantemente reales ante unos ojos que interpretan el mundo que ven por el filtro de la imaginación y la inocencia.
La sensación que traslada el director con todas esas escenas incompresibles para Seth, todo esa podredumbre carente de dulzura, esa grotesca mezcla de locura y miseria humana combinada con una belleza, que no tendría que existir en un mundo tan terrible, buscan ahondar en la disonancia entre la belleza de la imagen y la corrupción de las personas que habitan en ella.
La piel que brilla nos rodea de una sublime belleza con una fotografía a cargo del director de fotografía Dick Pope (El ilusionista, 2006) llena de composiciones delicadas en donde el cuidado cromatismo de una paleta colorista siempre es contrastado con elementos tétricos que profundizan en la América Gótica que impregna el filme.

La pesadilla de la infancia
Hablar sobre el argumento de La piel que brilla o de sus virtudes cinematográficas tiene poco sentido en este caso, es mejor abrir bien los ojos y dejarse llevar. Como ocurre con determinados directores provenientes de las artes gráficas, el lenguaje cinematográfico convencional cae en un segundo plano, en pro de la composición iconográfica y la creación de atmósferas.
Todo este artificio intencionado ahonda en la visión subjetiva de Seth y en un mundo fascinante, bello y perturbador; un mundo lleno de monstruos, unos imaginarios y otros reales, unos inofensivos y otros peligrosos y por supuesto los más aterradores de todos: los seres humanos, los adultos.
Como en Terciopelo Azul «es un mundo extraño». Aquellos protagonistas en una crepuscular inocencia, no entienden las acciones de «los adultos». Adultos que pertenecían a otro mundo, un mundo con otras reglas, de las cuales eran desconocedores, un mundo al que rechazaban pertenecer. Al igual que ellos, Seth de un modo más inocente pulula por las escenas como un elemento casual. Hasta el plano final en donde rompe su indolencia con rabia por verse como un lego incapaz de entender lo que pasa. Esa es la pesadilla de la infancia.